Rebeldes (1808 – SIGLO XXI)

26,00 25,00 sin iva

Autor: Eduardo Luengo
Temática: Historia
Formato 160 x 230 mm
Encuadernación: rústica con solapas
Páginas: 850
Peso: 1.422 gr.
Idioma: español
Lengua: castellana
Primera edición: julio 2018

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Descripción

Rebeldes


(1808 – SIGLO XXI)

REBELDES que permanecieron durante años en la memoria del pueblo español como los verdaderos héroes que lucharon por los derechos que hoy poseemos.

Españoles dignos de admiración porque lucharon y entregaron su vida a causas nobles. Defendieron los derechos del pueblo y no dudaron en abandonar a los poderosos si estos no perseguían establecer la justicia social.

QUIÉNES SOMOS, DE DÓNDE VENIMOS

-Prólogo-

El viento de poniente se ha estabilizado, son las diez de la noche, hora de zarpar. Los víveres, los fusiles y la pólvora descansan secos bajo las cubiertas, protegidos en la bancada; los sables fuera del cinto junto a cada cual. Acomodados en dos faluchos, el grupo de cincuenta y tres hombres, incluidos un carpintero naval y el grumete de quince años, emprende la aventura que va a dar sentido a sus vidas: la de liberar a su patria del absolutismo represor y del fundamentalismo ignorante. Ocho años duran ya las atrocidades del terror blanco. Cárceles y presidios están abarrotados. La prisión de Sevilla, construida para cuatrocientos reclusos, alberga a dos mil; los gobernadores Ceuta y Melilla envían informes diciendo que no pueden acoger más internos porque no tienen “donde colocarlos”. Los patíbulos trabajan sin descanso instalados de manera permanente en plazas de ciudades grandes y medianas. En Madrid, la mujer de un exiliado liberal, madre de dos hijos, es condenada a la horca por cantar canciones constitucionales dentro de su casa, sentencia acorde con la consigna gubernamental de exterminio expuesta por el gobernador del Consejo de Castilla al embajador francés: es preferible vivir con un millón de españoles como Dios manda que con diez millones de revolucionarios.

El medio centenar de conjurados se emboza en la capa preparándose a pasar la primera noche de navegación al raso, con la única luz de la media luna que va a facilitar el cabotaje y la temperatura habitual, fría pero tolerable, de un 30 de noviembre apacible en el Estrecho. Van armados y muchos son militares exiliados, pero no son un ejército, ni lo pretenden ni lo necesitan, porque la operación no se concibe como militar sino como rompimiento, expresión que define la chispa que ha de desencadenar la deflagración, el estallido de entusiasmo popular que provoque la caída del régimen y obligue al soberano a aceptar definitivamente la Constitución liberal aprobada por las Cortes casi dos décadas atrás. Un supuesto colaborador, con el seudónimo de Viriato, les ha asegurado en sucesivas cartas, inflamadas de ardor patriótico, que el desembarco en las costas de Málaga contará con la adhesión de la guarnición de la ciudad y con el apoyo de los municipios cercanos del campo de Gibraltar. La noticia del pronunciamiento se propagará rápidamente por Andalucía, Extremadura, Levante y sucesivamente por todo el país; en los cuarteles la mayoría de oficiales es adepta a la causa liberal y el pueblo entero está deseando sacudirse el yugo y respirar libre. Es seguro que las poblaciones con sus juntas de civiles y sus tropas se irán sumando en cadena al estallido constitucional. El momento es propicio, insiste Viriato con su retórica florida, nada puede detener el avance de la Ilustración y de las reformas representativas que devuelvan a España a un lugar digno y no vergonzante dentro del concierto europeo. Los hombres buenos dirán “basta” con firmeza y ahogarán de golpe la represión y el fanatismo, abrazando la libertad. ¡Viva la libertad! ¡Por la libertad!, es el susurro que comparten pronunciado sin alardes, dicho una vez para uno mismo, otra para el compañero y una más para las estrellas, cuando las velas latinas se despliegan con el fresco del atlántico y las dos barcas, más propias de pescadores o contrabandistas que de libertadores, se alejan del puerto de Gibraltar y se adentran en la noche mediterránea con rumbo a la gloria.

Esta aventura de 1831, una de tantas en las que un puñado de idealistas se propone acometer la titánica tarea de enderezar España, es un buen ejemplo de la constante del héroe español en su afán de convertir este país en otro distinto y un capítulo memorable de la azarosa lucha nacional por lo que hoy entendemos como derechos y libertades, terreno exclusivo de rebeldes, disidentes y críticos en un país donde la corrupción, el despotismo y la represión han desgobernado siempre de la mano de la indolencia, la venalidad y la idiotez.

Las luchas sociales en España han estado envueltas de una cierta mística. El gran estadista y mayor intrigante francés Charles Maurice de Talleyrand dejó escrito en sus Memorias: <>. Esa fama de pueblo indomable cosechada durante la Guerra de la Independencia permaneció viva durante el siglo XIX. Para muchos románticos europeos los españoles constituían una especie de reserva clandestina de occidente, en permanente acecho contra gobiernos de fanáticos. De vez en cuando, sonadas revoluciones como las liberales de 1820 y 1836, la demócrata de 1854, la Gloriosa de 1868, la cantonal de 1873, o incluso la descabellada resistencia de los últimos de Filipinas, alimentaban y esparcían por el mundo esa leyenda sobre el español indómito y temible, que entroncaba con el legendario furor de los viejos tercios y más tarde reaparecería con la masiva resistencia obrera al golpe fascista de 1936.

Esa fuerza genuina que trasciende ideologías y eras temporales, además de chocar de frente contra los reaccionarios a los que tan poco debe la civilización humana, ha atemorizado siempre a los conformistas, a los indiferentes y a los resignados, ilusionando en cambio a los justos, a los audaces y a todo insensato portador de la ambición moral suficiente como para querer cambiar el mundo cuando tal cosa parece imposible, bien con la pluma, bien con el trabuco.
Eso es lo que hay que recordar.

¿Quiénes fueron los REBELDES de la Guerra de la Independencia?

EL EMPECINADO

Un verdadero héroe, a quien se dirigían los ecos del entusiasmo popular, en justa recompensa de la celebridad que le habían granjeado sus hazañas. Llegó a capitán por méritos propios. Un hombre sabio y valiente, coherente y honesto, que consigue organizar al pueblo y salir en defensa de lo que les pertenece.
Otros jefes guerrilleros lo acompañan, hijos de la tierra que se alzan contra el invasor, arman su escasa tropa y se desvelan como grandes estrategas militares sin más preparación que su propia experiencia, astucia, valor y patriotismo como: Francisco Abad, Juan Palarea y Manuel Hernández quienes salen a recibir al héroe oficial, el duque de Wellington y de Ciudad Rodrigo, director de la Guerra Peninsular inglesa contra Napoleón.

El rey se sabía de memoria todas las hazañas del castellano y era público en la Corte que entre todos los jefes guerrilleros era de lejos a quien tenía en más consideración por sus cualidades extraordinarias. La lealtad de El Empecinado hacia el monarca era también inquebrantable; por él había luchado durante la guerra y gracias a Fernando había conseguido reconocimientos que otros le habrían negado. Es importante tener esto en cuenta para valorar el sentido de la fidelidad de uno, y el efecto que pudo producir en el otro, la iniciativa que tomó El Empecinado al ver el país precipitarse hacia la podredumbre

… Todo escasea: víveres, dinero, pan… Son las consecuencias de la guerra.
Los hombres han partido al frente abandonando el campo y las escasas cosechas son requisadas por los ejércitos de ambos bandos, por las partidas de guerrilleros y también por las cuadrillas de ladrones, falsos guerrilleros a caballo que inundaron España saqueando pueblos y aldeas sin perseguir objetivo militar alguno.
Esta situación angustiosa es todavía más grave en la cercada Madrid. Sitiada y con las comunicaciones impedidas, los pueblos colindantes no pueden abastecer a la población de precios, prohibitivos para la mayoría. El rey se plantea dejar Madrid porque no puede pagar ni alimentar al servicio.

La población muere de hambre y frente a esta agonía se presenta en el cielo el Gran Cometa de 1811, para algunos una señal de esperanza, como lo expresa el siguiente soneto publicado en el Diario de las Cortes de Cádiz.

Ese cometa ó astro transparente
que hacia el ártico polo se presenta,
cual precursor benigno nos alienta
anunciando victorias felizmente.

Las ráfagas que exhala hacia el Oriente
ramas de olivas son que nos presenta,
trofeos de una guerra tan sangrienta
y corona marcial de nuestra gente

EL COMANDANTE FRANCISCO ESPOZ Y MINA, EL GENERAL JUAN DÍAZ POLIER Y EL TENIENTE LUIS LACY
Al estallar la guerra contra los franceses destacaron como brillantes jefes guerrilleros.
Pertenecieron al grupo de valientes que tramaron una conjura liberal para erradicar el absolutismo y así proclamar la Constitución democrática de 1812.

Montijo, quien mintiendo y sembrando el miedo acusaba a los liberales de querer abolir la religión y proclamar la república, algo radicalmente falso como demuestra el propio texto constitucional y la jura en iglesias y catedrales de toda España. El pueblo deseaba libertades sociales y progreso tanto como amaba a su rey y abrazaba su religión. El error en el que cayó la España consciente fue creer que tales extremos podían combinarse y habían de llegar de la mano de Fernando VII al final de la guerra.

Fernando firmaba en Valencia el funesto decreto por el que abolía la Constitución, las Cortes y todos sus actos, pretendiendo hacer retroceder la Historia hasta 1808 y borrar de la serie de los tiempos los seis gloriosos años de la guerra de la Independencia española. Ingratitud y torpeza política que no tiene semejante en la historia moderna, y que fueron, a no dudarlo, las generadoras de tantos levantamientos insensatos, de tantas reacciones horribles como ensangrentaron las páginas de aquel reinado, y lo que es más sensible aún, que infiltrando en la sangre de una y otra generación sucesivas un espíritu levantisco de discordia, de intolerancia y encono, nos ha ofrecido desde entonces por resultado tres guerras civiles, media docena de Constituciones y un sinnúmero de pronunciamientos y de trastornos que nos hacen aparecer ante los ojos de Europa como un pueblo ingobernable, como una raza turbulenta, condenada a perpetua lucha e insensata y febril agitación.
Mesonero Romanos. Memorias de un setentón.(Mesonero 213)

El Empecinado no puede mirar para otro lado ignorando la pérfida marcha del Gobierno. La bancarrota de las arcas absolutistas es tan clamorosa como su ruina política. En apenas dos años y medio se suceden siete ministros de Hacienda, pero ninguno sabe hacer milagros; la nobleza ha perdido su influencia y el ejército ya no recuerda cuándo cobró su última paga; el comercio languidece por la incomprensible cerrazón real de mantener las viejas fórmulas mercantiles con un imperio de ultramar que se le escapa de las manos como agua en un cedazo. Juan, engañado por sus años de lealtad indestructible, convencido de que el rey no es el culpable último de la horrorosa represión y todos los demás sinsentidos, considera que Fernando está mal rodeado y peor aconsejado, se niega a aceptar que un rey sea capaz de tanta villanía y decide entregar un escrito a Su Majestad para abrirle los ojos y rogar cordura. La iniciativa supone un gran atrevimiento y una temeridad, pues es conocido que el brigadier Jáuregui, jefe político de Granada, ha sido condenado a seis años de prisión por un memorial similar, mucho menos exigente, enviado al rey en mayo de 1814. El de Juan es un pliego largo, comedido y respetuoso, rotundo, en el que va desgranando los problemas sociales derivados de errores cometidos en política, economía y justicia. El Empecinado entregó el pliego al rey en propia mano. (En el libro se publica un extracto y sus consecuencias)

JOSÉ MARÍA TORRIJOS
Fue de los últimos liberales que resistieron, un valiente que había luchado codo con codo con don Pedro Velarde en el Parque de Artillería de Monteleón durante la rebelión popular madrileña del 2 de mayo de 1808. El 11 de diciembre de 1831, Torrijos y sus 49 hombres, incluido el grumete de quince años, fueron fusilados en la playa de San Andrés. Desembarcó engañado, creyendo contar con el apoyo del ejército gracias a las garantías que le había dado un supuesto conjurado, Vicente González Moreno, que era en realidad el gobernador de la plaza los capturó nada más desembarcar. Poco antes de morir escribió una carta que emociona profundamente, donde se aprecia su patriotismo, su amor a la libertad, su religiosidad y el valor con el que se enfrentó al pelotón de fusilamiento, junto con sus compañeros, como aparece en el famoso cuadro de Gisbert que se convirtió en un icono de la libertad. Torrijos combatió valerosamente en la Guerra de la Independencia. Acabó la contienda con el grado de general de brigada, tenía veintitrés años. Espronceda le dedicón un bello poema.

MARÍANA PINEDA
La regeneración social es posible, todo puede cambiar si se sigue la doctrina que habla de humanidad, de compartir, de educación, de colaboración y de compasión verdadera.

Información adicional

Peso 1,422 g
Dimensiones 160 × 230 mm

Entrevista

Entrevista Eduardo Luengo – REBELDES 1808 – SIGLO XXI

 

 

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